¿POR QUÉ EXISTEN TANTOS MITOS Y ESTEREOTIPOS FALSOS ALREDEDOR DE LA SALUD MENTAL?
Durante muchos años, la salud mental fue un tema poco comprendido y, en muchos casos, evitado. No se hablaba abiertamente de las emociones, de la ansiedad o de la depresión, y ese silencio dio espacio a la aparición de mitos y estereotipos que todavía persisten.
Una de las principales razones es la falta de información. Antes no se conocía bien cómo funcionan los trastornos mentales ni su relación con el cerebro, las experiencias y el entorno. Al no haber respuestas claras, la sociedad llenó esos vacíos con creencias erróneas.
También influyó el miedo y el estigma social. Durante décadas, tener un problema de salud mental se consideraba una “debilidad” o algo de lo que avergonzarse. Muchas personas evitaban hablar de lo que sentían por temor a ser juzgadas o rechazadas.
A esto se suma el papel de los medios de comunicación y el cine, que han reforzado imágenes exageradas o negativas. Con frecuencia, muestran a las personas con enfermedades mentales como violentas, inestables o impredecibles, cuando la realidad es muy diferente.
La salud mental es algo que todos tenemos y que puede verse afectada, igual que la salud física.
En definitiva, los mitos sobre salud mental existen por falta de conocimiento, miedo, prejuicios culturales y representaciones erróneas. La buena noticia es que cada vez hablamos más del tema, con naturalidad, con más datos y empatía y basándonos en la evidencia.
Informarnos, escuchar sin juzgar y normalizar las conversaciones sobre salud mental son pasos clave para romper con esos estereotipos y construir una sociedad más comprensiva.
Aunque parezcan inofensivas, estas ideas, creencias o pensamientos que se tienen sobre ciertos grupos de personas, tienen efectos reales y profundos en la salud mental de quienes los sufren.
Las personas sienten que deben comportarse de cierta manera para ser aceptadas. Esta presión social constante genera estrés, ansiedad y baja autoestima.
Provocan inseguridad y culpa. Esto afecta la autoimagen y puede llevar a sentimientos de culpa o vergüenza por simplemente ser como es.
Favorecen la discriminación, el aislamiento y la exclusión, tanto en el trabajo, como en la escuela o en las relaciones personales.
Sentirse rechazado o juzgado genera soledad y tristeza, factores que influyen directamente en la salud mental.
En muchos casos, los estereotipos hacen que las personas no busquen apoyo psicológico. Esto puede retrasar el tratamiento de problemas emocionales y empeorar su bienestar.
También refuerzan ciclos de malestar, haciendo que se repitan y normalicen en la sociedad (medios, familia, redes), lo que perpetúa el daño emocional y hace más difícil romper con esos patrones.
Así mismo, limitan la libertad de las personas para ser auténticas y deterioran su salud mental.
Romper con ellos implica fomentar la empatía, el respeto por la diversidad y la idea de que cada persona tiene derecho a vivir y expresarse sin etiquetas
Cómo romper los estereotipos sobre la salud mental
Para empezar necesitamos hablar más.
La salud mental forma parte de la vida cotidiana, igual que el sueño, la alimentación o el ejercicio. Cuando conversamos abiertamente sobre lo que sentimos- miedos, estrés, dudas, emociones intensas- estamos enviando un mensaje poderoso: que no hay nada de qué avergonzarse. Al compartir nuestras experiencias o simplemente escuchar las de otros, abrimos espacio a la comprensión.
La información es otra herramienta clave.
Aprender qué es realmente la ansiedad, la depresión o cualquier otro trastorno ayuda a desarmar la idea de que “es cuestión de fuerza de voluntad” o que “sólo les pasa a algunos”. La ciencia nos muestra que la salud mental es tan real y compleja como la física. Difundir contenido fiable es una forma sencilla de educar sin señalar a nadie.
También necesitamos historias reales.
Cuando vemos a personas que han pedido ayuda, que han encontrado tratamiento o que conviven con un diagnóstico sin que eso defina quiénes son, algo cambia en nosotros. Nos damos cuenta de que detrás de cada etiqueta hay una vida, un contexto y una persona que merece respeto. Las historias humanizan lo que los estereotipos deshumanizan.
El lenguaje importa más de lo que parece.
Palabras como “loco”, “dramático” o “es un bipolar” dejan cicatrices invisibles. Elegir expresiones respetuosas no es cuestión de corrección excesiva; es reconocer la dignidad del otro. Decir “una persona con depresión” en lugar de “un depresivo” puede parecer pequeño, pero ayuda a recordar que nadie es su diagnóstico.
La empatía es quizás el puente más fuerte.
Todos, en algún momento, hemos pasado por situaciones que nos superan. Recordarlo nos conecta con los demás y nos aleja del juicio fácil. Mirar la salud mental con humanidad significa entender que cualquiera puede necesitar apoyo, y que pedirlo no es un signo de debilidad sino de valentía.
Y por último, cuestionar los comentarios que alimentan estigmas.
No hace falta confrontar, a veces basta con una aclaración amable: “En realidad, la ansiedad no es sólo nervios” o “La terapia puede ayudar a cualquiera, no sólo a quién está mal”. Pequeños gestos que, repetidos, cambian la conversación.
Romper los estereotipos sobre la salud mental no es una tarea de especialistas.
Es un acto colectivo que empieza en cómo hablamos, escuchamos y entendemos a los demás y cada cambio, por pequeño que sea, suma para construir una sociedad más abierta y compasiva.
